A penas tiene 17 años. Un joven de su edad debería de estar pensando en su tarea de matemáticas o en distraerse un poco jugando «pelota» con sus amigos, sin embargo, él tiene otros asuntos por los cuales preocuparse.
Acaba de ser deportado, pues fue detenido mientras trataba de llegar «al Norte». No va en busca de ningún sueño, ni en busca de algún familiar, él va en busca de un lugar más seguro para vivir. Días antes de que decidiera salir del país, estuvo a punto de ser asesinado violentamente, pero, afortunadamente, logró escapar luego de haber corrido por su vida. Para evitar cualquier peligro, solo camina de la casa la escuela y de la escuela a la casa, ya que «hay zonas donde no podemos pasar, así que es mejor no moverse» me dijo.
Su padre, quien lo acompañó durante su viaje y también fue deportado, me explicó con un poco de enojo «No saben lo que uno de padre vive… por la gracia de Dios aún lo tengo con vida» refiriendose a su hijo.
Es una historia difícil de leer y aún más difícil de escuchar. No hablo de ningún delincuente, hablo de un joven que tiene muchas ganas de vivir y luchar por su familia y al cual tuve la oportunidad de conocer hace unos días. Al final de conversar, durante casi media hora, me regaló un dibujo que hizo mientras esperaba: «Es mi casa, una persona que se va a subir al carro y un jardín de rosas» me explicó.
Llevo varios meses escuchando historias como esta y otras muy diferentes de niños, niñas y adolescentes que han tratado de emigrar a los Estados Unidos. Es una experiencia que me ha sacado las lágrimas más veces de lo que hubiese esperado y que me hecho sentir como un pez impotente nadando contra la corriente, pero es esa impotencia la que se transforma en ganas de hacer algo porque esto mejore. El primer paso es darse cuenta de lo que está pasando allá afuera, por eso decidí contarles esta historia y que así, poco a poco, hayan más peces nadando contra la corriente, hasta que juntos hagamos cambiar el rumbo de esa corriente.